miércoles, 30 de mayo de 2007

Film, de Samuel Beckett

Nunca he leído a Beckett. Quizá algún día lo haga: antes o después que Proust, antes o después que Joyce. Menuda tarea. Por lo pronto, aquí está su "único ejercicio cinematográfico". Supe de él por el número que La tempestad dedicó a Beckett en su centenario. Leí el escrito de Michael Schell y, por algún tiempo, olvidé la existencia del cortometraje. Hace un par de meses, recordé que internet también puede ser útil y que alguna página guardaría celosa Film. El primer impulso, claro, me llevó a youtube. Ahí estaba. Pero en otra página (tal vez en otro blog) leí que esa versión estaba pervertida: Film carece de la música que alguien consideró necesaria para subirlo a youtube. Después encontré la versión que tenía la apariencia de ser la original, y es la que dejo en este cuaderno.

P. S. Aunque no es indispensable, está también
este texto de Deleuze sobre Film. Es preferible leerlo después de ver un par de veces el trabajo de Beckett (pero siempre puede hacerse lo contrario).



Film (1965)

24 minutes, black and white
Directed by Alan Schneider
Writing credits: Samuel Beckett

Cast
Buster Keaton .... The Man
Nell Harrison .... Passerby
James Karen .... Passerby

Cinematography by Boris Kaufman
Film Editing by Sidney Meyers
Art Direction by Burr Smidt
Joseph F. Coffey .... camera operator

domingo, 13 de mayo de 2007

Tres ideas sobre "La vida de los otros"

Bien, casi tres semanas después he terminado este breve comentario sobre La vida de los otros, película alemana del 2006 que disfruté (y tal vez por eso quise escribir algo).

En una de las primera escenas, el dramaturgo Georg Dreyman ofrece una fiesta: la última de sus obras fue estrenada. La labor literaria de Georg Dreyman le gusta a los hombres del Partido, aunque no tanto. Pero eso, en estas líneas, no es importante. Baste decir que, en el mejor momento de la fiesta, el ministro Bruno Hempf sube al modesto escenario de la casa e interrumpe la participación de una banda de jazz para hablar y citar a Stalin; poco después, ya conversando sólo con el escritor, el ministro asegura que, no importa lo que se haga, la gente no cambia. La película, los acontecimientos que construyen la película, pretenden demostrar que eso es falso. Y va más allá. Las personas cambian y —se agrega no sin una pausa que permita buscar una pared, un pilote que otorgue la seguridad de resistir el ataque, la marejada— el Arte puede ser un medio inapreciable en esa transformación. Por supuesto, no el arte de propaganda que promueve el Partido. No, ese es el arte que se escribe con minúscula. El arte que toca el espíritu y empuja a la renovación del hombre es el Arte concebido en libertad. Es la Literatura y la Música. Es Brecht (no puedo hacer comentarios) y la Sonata para un Hombre Bueno —compuesta por un personaje de la película. Esta es la mayor concesión que el espectador debe otorgar a la historia. Porque los recuerdos no vividos no tardan en asomarse. Viene a la mente ese torturador y asesino que, con perdón de Borges, es todos los torturadores y asesinos: Otto Dietrich zur Linde, que leía a Shakespeare y Schopenhauer y escuchaba a Brahms. La pregunta es: ¿por qué en Deutsches Requiem el «abominable» no se enmienda? ¿por qué en Das Leben der Anderen sí? Ambos ejecutan sus tareas mecánicamente, esto es, son incapaces de considerar las consecuencias de su acción sobre los otros, pierden, con cada disparo, con cada palabra mecanografiada, la percepción del otro. Eso los equipara. Pero los aleja el hecho de que sólo uno tiene una convivencia íntima con la muerte. Llevado al extremo, acaso resulte más perjudicial para el sujeto pensar que los otros son objetos desechables que pensar que los otros son personas viviendo en el apartamento intervenido o entre las paredes de una cárcel. No sé si esa relación con la muerte es la que permite que el espía del Estado no sea tan abominable como su antecesor. Tal vez sí. De cualquier manera, repito que, sin conceder esa capacidad al Arte, la película no funciona. El espectador elige.

Sólo para hacer notar.

  • Es cierto, el interrogatorio es violento mientras el interrogador no escuche lo que ya sabe; también es cierto que es casi insufrible la crueldad que implica estar obligado a elegir entre preservar la vida o delatar a quien(es) forman parte de esa vida. Sin embargo, ningún gesto iguala aquel en el que el miembro de la Stasi toma el lápiz afilado y comienza a escribir en su pequeña libreta. Comparable, en cierta forma, a los corros de Los últimos días de la humanidad. Pero esta no es la cacería de la masa, sino del poderoso: «El hombre nunca cree del todo en la muerte hasta que no la experimenta. Pero la experimenta en los demás. La gente muere ante sus ojos, individualmente, y cada individuo que muere lo convence de la muerte. Alimenta su miedo a la muerte y muere en su lugar. En vez de irse él mismo, el vivo lo ha enviado por delante. Y un vivo nunca se cree tan grande como cuando es confrontado con un muerto, que ha caído para siempre: en aquel instante tiene la impresión de haber crecido un poco» (Canetti, Poder y supervivencia). ¿Por qué es la imagen más violenta de la historia? Quizá por lo que Canetti, hacia el final de Masa y poder, anota sobre el superviviente: «ni siquiera es necesario que se exponga al peligro para realizar su gesto».
  • Basta con decir totalitarismo. Es inútil añadir comunista o capitalista o cualquier otro nombre de familia.