lunes, 25 de junio de 2007

Otra breve visita, ahora al amor

El siguiente texto es un limitado recorrido cuyo eje es la noción de amor (lo que quiera que eso signifique). Originalmente, fue una introducción que cubrió las deficiencias de un trabajo presentado para una materia de la FFyL.

Segunda mitad del siglo V a. C.: Empédocles, quien comenzó a pensar después que Parménides y antes que Sócrates, escribe, a propósito de la creación expresada en los hombres y las bestias: «a un tiempo uniéndose por el amor en un cosmos». Casi cien años después, Platón, al escribir sus Diálogos, dedica uno completo —Symposium (385)— y buena parte de otro —Fedro (370)— al problema filosófico del amor en el ser humano: en el primero de ellos incluirá el llamado “mito del andrógino”, del cual derivó, alejándose, la expresión “amor platónico”. Segunda mitad del siglo II: Galeno, quien cree que el «alma racional» —esa que es incapaz de desear los «placeres del amor»— predomina en él, se pregunta qué provoca «que el pene se ponga erecto en la excitación amorosa», pues en la respuesta está la causa y la cura del priapismo; Galeno, que ni siquiera incluye al amor como facultad en Sobre las facultades naturales ni en Las facultades del alma siguen los temperamentos del cuerpo, piensa que ese mismo amor, si se presenta, es una circunstancia menor al clasificar una enfermedad. 1321: confiado en que un milagro último le llevara de Ravena a Florencia, Dante canta el último verso del Paradiso, que es también el último de la Commedia; cree que «l’amor che move il sole e l’altre stelle» puede también hacer que no muera en el exilio. 1515: Tiziano pinta Amor sacro y amor profano, acaso la mejor síntesis de lo que significó el amor para el hombre renacentista —quien todavía llevaba el platonismo a cuestas. Una noche de 1562, Santa Teresa de Jesús siente cómo el éxtasis amoroso la inunda, y por esa marejada tan impetuosa descubre que el máximo placer también es deseo de morir: «Vida, ¿qué puedo yo darle / a mi Dios, que vive en mí, / si no es perderte a ti, / para mejor a Él gozarle?». 1774: se publica, en Leipzig, Die Leiden des jungen Werther (Las desventuras del joven Werther); con esta obra, Goethe hereda al imaginario occidental el gesto romántico por antonomasia: el suicido por (des)amor. 1829: Victor Hugo ama París, lo suficiente como para atreverse a señalar el mayor de sus defectos, «cette lugubre place de Grève, qui pourrait être pavée des têtes qu’elle a vu tomber» [“aquella lúgubre plaza de la Greve, que podría estar empedrada con las cabezas que ha visto caer”]. 1838, noviembre: Frédéric Chopin, mientras comparte la isla de Mallorca con George Sand, termina de componer sus 24 Préludes; casi un siglo más tarde, Sándor Márai dirá que la música de Chopin «era tan sólo un pretexto para desatar en el mundo unas fuerzas que todo lo mueven, que lo hacen estallar todo, todo lo que la disciplina y el orden humanos intentan ocultar». 1911, mayo, The University of Birmingham: Henri Bergson asegura en una conferencia que, «vista desde afuera, la naturaleza se nos aparece como una inmensa eflorescencia de imprevisible novedad; la fuerza que la anima semeja crear con amor, en realidad gratuitamente, por placer, la variedad sin fin de las especies vegetales y animales»; aunque parece que el alma de Empédocles ha transmigrado o que el ideal cristiano se renueva, esto es sólo un espejismo: la diferencia radica en que tres años antes de estallar la Gran Guerra, sería ridículo hacer del amor el fundamento del vitalismo. 1914: Sigmund Freud finaliza la redacción de Zur Einführung des Narzissmus (Introducción del narcisismo); Herr Doktor Freud, en quien confluyen ciento cincuenta años de racionalismo exacerbado, lanza la primera estocada contra el amor y descubre que el monstruo no es sino un armazón relleno de paja, que Giacomo Casanova no es mejor que cualquier adolescente masturbándose en el baño de su casa: «Entonces se ama, siguiendo el tipo de la elección narcisista de objeto, lo que uno fue y ha perdido, o lo que posee los méritos que uno no tiene. En fórmula paralela a la anterior, se diría: Se ama a lo que posee el mérito que falta al yo para alcanzar el ideal». 1959, junio: Peter Karlson y Martin Lüscher, bioquímicos, realizan investigaciones con insectos y, amparados en los resultados satisfactorios arrojados por su trabajo, concuerdan que es momento de engrosar con una palabra los diccionarios de la lengua inglesa: el grano de arena se agrega a la playa; pocos años después, se comercializan perfumes que prometen al usuario mayor atracción de personas del sexo opuesto: la atracción sexual, puede entender quien compra el perfume, es la antesala del amor; la «palabra corta y de fácil pronunciación en cualquier lengua» que apareció por primera vez en el 183 de Nature y muchas ocasiones más en boca de los publicistas era «pheromone».

domingo, 17 de junio de 2007

Breve visita a Oscar Wilde


Este es un pequeño escrito de Oscar Wilde, perteneciente a sus "Poemas en prosa". Lo dejo en este cuaderno porque, entre otras razones, creo que dibuja con precisión lo que la mirada del otro puede significar para el sujeto. Mirada comprensiva, pero también temible.

The Disciple


When Narcissus died the pool of his pleasure changed from a cup of sweet waters into a cup of salt tears, and the Oreads came weeping through the woodland that they might sing to the pool and give it comfort.

And when they saw that the pool had changed from a cup of sweet waters into a cup of salt tears, they loosened the green tresses of their hair and cried to the pool and said, “We do not wonder that you should mourn in this manner for Narcissus, so beautiful was he.”

“But was Narcissus beautiful?'” said the pool.

“Who should know that better than you?'” answered the Oreads. “Us did he ever pass by, but you he sought for, and would lie on your banks and look down at you, and in the mirror of your waters he would mirror his own beauty.”

And the pool answered, “But I loved Narcissus because, as he lay on my banks and looked down at me, in the mirror of his eyes I saw ever my own beauty mirrored.”



El discípulo

Cuando Narciso murió, la fuente de su placer transformó su cáliz de aguas dulces en un cáliz de saladas lágrimas; las Oréadas cruzaron el bosque, sollozando, para cantar y darle así algún consuelo.


Al advertir ellas que el cáliz de aguas dulces de la fuente habíase mudado en cáliz de saladas lágrimas, soltaron las trenzas verdes de sus cabellos y llorando hacia la fuente dijeron, “No nos asombramos que padezcas así por Narciso, tan hermoso era”


“¿Narciso era hermoso?”, dijo la fuente.


“¿Quién debe saberlo mejor sino tú?” respondieron las Oréadas. “A nosotras siempre nos despreció, pero a ti te buscaba: solía descansar en tus orillas mientras bajaba la vista para mirarte —y en el espejo de tus aguas reflejaba su belleza”


Y la fuente respondió: “Pero yo amaba a Narciso porque al descansar él en mis orillas y descender su mirada, en el espejo de sus ojos veía reflejada cada vez mi belleza”

martes, 5 de junio de 2007

Habla Ishmael (en el fondo Melville)

Hay en ese extraño caos que llamamos la vida algunas circunstancias y momentos absurdos en los cuales tomamos el universo todo por una inmensa broma pesada, aunque no logremos percibir con claridad en qué consiste su gracia y sospechemos que nosotros mismos somos las víctimas de la burla. Sin embargo, nada nos desalienta, nada nos parece digno de disensión. Engullimos todos los acontecimientos, todos los cultos, todas las creencias y persuasiones, todas las cosas difíciles, visibles e invisibles, por indigestas que sean, como un avestruz de estómago poderoso engulle balas y pedernales. En cuanto a las dificultades y preocupaciones sin importancia, las perspectivas de ruina imprevista, los riesgos de la vida y el cuerpo, todo eso, incluso la muerte misma, nos parecen golpes ingeniosos y sin mala intención, alegres puñetazos en los costados que nos da el invisible y misterioso viejo bromista. Esta especie de humorismo caprichoso de que hablo nos sobreviene sólo en circunstancias de extrema aflicción, en medio de nuestra seriedad misma, de modo que lo que poco antes parecía cosa de enorme importancia, al fin nos parece sólo una parte de la burla universal. Nada puede engendrar este modo de filosofía risueña y temeraria como los peligros de la caza de ballenas; y con ella consideré yo entonces el viaje del Pequod y su meta, la gran Ballena Blanca.

Moby Dick, XLIX