miércoles, 15 de noviembre de 2006

Primera de tres aproximaciones a Masa y poder

Pocos días antes de cumplir veintidós años, «ocurrió algo que dejaría hondas huellas» en la vida de Elias Canetti. Recién mudado a «una habitación en las afueras de Viena», mientras hojeaba los periódicos en un café cercano, sintió profunda indignación ante el fallo absolutorio de un tribunal sobre ciertos individuos que habían participado en un tiroteo contra obreros vieneses. Esta pequeña escena, de alguien que lee con atención la noticia funesta, acaso se repitió en muchos otros hogares de la ciudad, pues poco tiempo después «los obreros se dirigieron en filas cerradas al Palacio de Justicia», resueltos a ser escuchados. Quizá perturbado ya por el «ruido rítmico» del que después hablará en Masa y poder, el joven Canetti tomó su bicicleta para llegar al centro y unirse a las filas de los manifestantes, quienes, protestando esa mañana sin un líder al frente, pronto incendiaron el Palacio de Justicia. El alcalde, además de enviar bomberos para sofocar el fuego, dispuso que los policías dispararan a la muchedumbre, resultando noventa muertos.

«Han transcurrido 46 años y aún siento en mis huesos la emoción de aquel día», dirá Canetti en su ensayo, de 1973, El primer libro: Auto de fe, reconociendo no sólo la permanencia de su excitación, sino la iniciación de algo que se introdujo en él y que por mucho tiempo lo perseguirá: su incorporación a la masa. Si bien Canetti sitúa el «verdadero germen» de Masa y poder mientras presenció otra manifestación, también de obreros, en Frankfurt cuando tenía diecisiete años o el surgimiento de la «idea de un libro sobre la masa» en 1925, bien puede decirse que estos dos momentos son apenas los primeros pasos de una danza que provocará el trance entre las filas de aquellos irritados vieneses.

Canetti no dudará en reconocer el hecho: «me convertí en parte integrante de la masa, diluyéndome completamente en ella, y no opuse la menor resistencia a cuanto emprendía», así como las inaplazables consecuencias: «El año que siguió a este suceso estuvo totalmente dominado por él. Hasta muy entrado el verano de 1928 mis pensamientos no giraron en torno a otra cosa. Estaba más decidido que nunca a explorar lo que era en realidad aquella masa que me había subyugado interior y exteriormente».

Casi toda su vida, Canetti la utilizará para formular una respuesta satisfactoria para sí mismo. Aunque escribir Masa y poder le tomará entre veinte y treinta años, será más de dos décadas después de su publicación, en 1981, cuando aceptará, en una carta dirigida a Roberto Calasso, que ya no es «prisionero de todas esas cosas tormentosas que durante los decenios del trabajo sobre Masa y poder» le pesaban.

Entre el incendio del Palacio de Justicia de Viena, en 1927, y la carta a Calasso median 54 años. Ese medio siglo será sofocante, opresivo para Canetti; en un apunte de 1959 vacilará sobre su labor: «¿Mereció la pena este esfuerzo? ¿No se me habrán escapado así muchas otras obras? ¿Cómo lo diré? Tenía que hacer lo que he hecho. Estuve bajo un imperativo que jamás comprenderé.»; en Masa y poder, convencido quizá que, si bien insondable, ese mandato lo cercaba, dirá —en la que es también una descripción inmejorable para la mayor de sus obras— que «A la orden pertenece el hecho de que no admite réplica. No debe ser discutida, explicada o puesta en duda. Es clara y concisa, pues debe ser entendida de inmediato. Un retraso en la recepción perjudica su fuerza.»; ya para 1965, el interlocutor cruel sabrá que nunca surgirá ese retraso: «Es inevitable que un trabajo al cual nos dedicamos día a día, durante años, nos resulte a veces arduo, estéril o tardío. Lo odiamos, nos sentimos cercados por él: sentimos que nos deja sin aliento».

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