
«En el combate entre tú y el mundo, secunda al mundo», escribió Franz Kafka —para después tacharlo— en uno de los Aforismos de Zürau, exactamente en el número 52, anticipando, en su primera parte, lo que desarrollará Elias Canetti y divergiendo, en la sentencia final, de la esencia misma de Masa y poder.
Canetti, al igual que Kafka, sabía que existe una lucha forzosa entre la persona y los otros, esta vez presentados, como las aguas mitológicas, en forma de plural irreductible: «Los otros eran y siguen siendo los asesinos», dice al finalizar la exposición sobre la «muta de caza», dando muestra de un ánimo —el miedo que engendra la muerte— que pesará en casi toda la narración, quizá porque es inevitable separarlo de la masa, de la muta y del poder. La primera frase de Masa y poder lo evocará con turbadora claridad: «Nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido»; más adelante, en su acertada identificación de la masa con el fuego, no será menos expresivo: «Sobre el antiguo temor se ha impuesto su nuevo poder, y ambos han contraído una sorprendente alianza».
El miedo de Canetti, fidelísimo representante de «una cierta civilización europea en fuga, en la primera mitad del siglo XX», se explicará a través de una pregunta: «¿Cómo se las arregla uno para salvarse en la guerra cuando todos los que son de su mismo grupo han sucumbido y cómo se siente uno entonces?». Canetti ha descubierto que su exilio en Inglaterra es una de las tantas circunstancias que lo hermana con los taulipang de América del Sur o, dicho con más precisión, que la guerra, de uno u otro lado del Atlántico, hoy o hace cien años, provoca una desolación incólume en cualquier ser humano. Si bien su inquietud por la masa comenzó como una obsesión íntima, la Europa del siglo XX le confirmará que no se trata de un fenómeno que sólo a él le incumba: «Después de las experiencias de este siglo, daríamos cualquier cosa por comprenderla y acabar con ella», escribe a propósito de la «doble masa» expresada en la guerra.
Ya en este fragmento se advierte que la intención primera, netamente personal, de saber qué era la masa y por qué lo había subyugado, ha sido rebasada. Canetti, desde 1936, sabía que la «humanidad se halla, pues, desamparada sólo cuando no posee experiencia ni recuerdo alguno», y Masa y poder será, más que el recuerdo, la experiencia cruenta de alguien que transmite primero el miedo y después la viveza de las sensaciones para que éstas no se olviden.
Y no puede ser de otro modo. El combate del que habla Kafka, en el aforismo pero también en El proceso, es siempre injusto. Si Josef K. se ha convencido de «estar siempre preparado, no dejarse sorprender nunca, no mirar desprevenido a la derecha mientras, a la izquierda, tenía un juez a su lado», Canetti afirmará, casi con tono de resignación, que «Todo nuevo golpe llega de improviso y desde las tinieblas». Así, el mundo en Kafka o la masa en Canetti, ocuparán un lugar privilegiado, el único desde donde la capacidad de agarrar no puede ser interrumpida.
Asimismo, se percibe en ambos escritores una inquebrantable fatalidad, acaso ligada con su herencia judaica. Kafka escribirá que «el castigo es tan justo como inevitable» y Canetti, en una lúcida conversión de este postulado, que «Lo que no huye es alcanzado. Lo que es alcanzado es desgarrado». En ambos, el mundo se torna, además de implacable, ineludible. Sin embargo, será Canetti, con su «procedimiento por el que el lector descubre que ha sido llevado a una inexorable lectura de los hechos cuando creía estar simplemente escuchando su exposición», el más explícito, el más incisivo en una fatalidad que sin cesar recuerda la muerte.
Por esto sorprende mucho ese segundo momento del Aforismo 52. «Secunda al mundo», dice Kafka. ¿Por qué alinearse con un mundo, una masa, que somete, que persigue, que asesina? Eso es quizá lo que Canetti, luego de lo sucedido en la Europa nacionalista del siglo XX, juzgaba inadmisible.
No obstante, una reflexión profunda apunta a que tal vez ambos razonamientos no son tan irreconciliables. Si Canetti observa que la masa, «mientras exista un hombre no incluido en ella, muestra apetito», el movimiento de Kafka será el de anticiparse a ser devorado. Él prefiere, antes que la integración casi involuntaria, como le ocurrió al joven Canetti, una última apariencia de libertad frente al gato que, como en la Fabulilla, dirá «Sólo tienes que cambiar la dirección de tu marcha», antes de zampar al ratón.
Con todo, de Canetti —y también de Kafka— se puede decir lo que Jacob Burckhardt dijo de Constantino el Grande: «Probablemente, comprendió, desde un principio, que la disputa se mantenía, en su mayor parte, por la disputa misma».
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