lunes, 6 de noviembre de 2006

Método eficaz para conocer el significado del verbo desperezar


Despierto. Escucho que afuera llueve. Desde hace unos días me obligo a que abrir los ojos y recuperar la lucidez sean un mismo movimiento. Luego que alguien confesara lo arriesgado del despertar, no pude más que hacer mías sus palabras y preocuparme porque todo aparezca como lo dejé la noche anterior. La tarea es difícil. Durante los primeros momentos soy incapaz de decir si el espejo de mi cuarto en realidad estaba ayer frente a mí o si es sólo un recuerdo de hace dos noches. Confieso que el esfuerzo también es agotador. Con todo, creo que ahora no estoy tan aturdido como en otras ocasiones. Incluso pude pensar que pensé en la lluvia. Siempre temí al olvido, pero hace poco experimenté una de sus peores manifestaciones: despertar, reparar en algo que queda en la mente, quizá residuo del sueño, pensar un poco en ese algo y, al instante siguiente, ser incapaz de pensar en qué pensaba pero estar seguro que en algo pensaba. Maldigo el olvido porque lo juzgo desde este mundo, acaso en el otro sea considerado una necesaria protección. Para mí esto es insondable. Regreso a la lluvia entonces. No quise detenerme en discernir si era su ligero ruido la causa de mi despertar, o si lo hice –compruebo que no estoy curado–, lo despaché con rapidez. Mejor, considerándolo una prueba de lucidez, con los primeros golpeteos de las gotas sobre la ventana pronuncié unos versos de Vallejo; con la última sílaba sufrí un raro estremecimiento, un fugaz dolor que pronto cruzó todo mi cuerpo. De Vallejo, y aún pensando en la lluvia, pasé a Lugones; el cuarteto final, me dije, parece un conjuro, del mismo tipo que los utilizados en la Roma pagana para iniciar otro diluvio, aunque exclusivo esta vez de mi techo o tal vez de mi persona.

Giré un poco para mirar el reloj. Sus manecillas brillantes indicaron una incierta hora entre la media noche y el amanecer. Antes de volver a dormir, creo que la lluvia se convirtió en tormenta.

Y ya nada escuché.


Lo anterior, que casi medio año atrás pudo ser un cuento, es lo que elegí para inaugurar este cuaderno.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Querido imberbe y cibernético amigo.
Celebro el valor de intentar comprender un lenguaje ajeno. Celebro la iniciativa en este blog, pero celebro más el contenido, prosa ágil y pluma flexible. Bien y de buenas. FELICIDADES